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HAY COSAS QUE NO CAMBIAN. LOS TOROS CASI UN SIGLO DESPUÉS…

Por: Luis Miguel León Luna

El maestro Juan Belmonte y su cuadrilla en la plaza de Acho.

Recientemente volví a leer un libro que creo todo taurino tiene la obligación de leer, no sólo por lo interesante de su contenido, sino porque el personaje que lo inspiró es sin duda uno de los más grandes toreros de la historia, por lo que aportó a la tauromaquia y por esa personalidad que le imprimió no sólo a su carrera de matador de toros, sino a su vida misma. Ese gran torero al que me refiero se trata de Juan Belmonte y el libro del que les hablo se titula “Juan Belmonte, Matador de Toros”, siendo su autor el periodista español Manuel Chávez Nogales, quien a finales de 1935 dio forma autobiográfica a las memorias del llamado “Pasmo de Triana”, lo que permite mantener imperecedero su recuerdo a pesar del paso de los años.

Pues bien, en dicho libro hay una serie de frases e impresiones que si bien es cierto fueron expresadas por Belmonte hace aproximadamente un siglo, lo cierto es que resulta increíble que a pesar de la evolución del toreo en muchos aspectos y del evidente transcurso del tiempo, gran parte de lo que planteaba el torero sevillano en esa época se encuentra hoy plenamente vigente, tal y como cito textualmente a continuación:

“Publico de toros.

No niego que muchas veces el público tenga razón, pero ¡cuántas no la tiene el torero. El público de los toros ha sido considerado universalmente como el exponente de las malas pasiones multitudinarias. Creo por el contrario, que es la demostración constante de la buena fe y los mejores sentimientos de las muchedumbres. El público de los toros tiene, a mi juicio, unas virtudes que nunca se han encarecido bastante.

Ahora bien, individualmente considerado, cambia mucho de aspecto. Entre los espectadores de toros hay tipos verdaderamente abominables. Se dan casos en los que el torero llegaría con gusto al asesinato.

Uno de los tipos más desesperantes es ese aficionado de los pueblos, en los que sólo se celebra una corrida al año, y que quiere aprovecharla para presumir de entendido. Mientras la multitud aplaude o se divierte sin prejuicios ni mala voluntad, ese aficionado, que no ve más que aquella corrida en la temporada, se cree en el caso de acreditar su tecnicismo tauromáquico manifestando ostensiblemente su disconformidad. Todo cuanto el torero haga es inútil. Aquel hombre ha ido a la plaza dispuesto a conquistar un título de crítico severo y presenciará protestando ruidosamente la faena bajada del cielo.

Otro tipo que a mí me pone frenético es el aficionado madrileño, que en su plaza se deja llevar fácilmente por el entusiasmo, y, en cambio, cuando asiste a alguna corrida en cualquier plaza de provincias, se empeña en molestar a los indígenas manifestando su disconformidad con todo lo que ellos aplauden de buena fe.

¡Que no todos somos de pueblo! –grita nuestro hombre con un marcado acento de sainete. Y dan ganas de retorcerle el pescuezo”.

Luego de revisar este pasaje del libro de Chávez Nogales quedé realmente impresionado, pues me pareció mentira lo familiar que me resultó este testimonio de Juan Belmonte, que, pese a los años transcurridos, se mantiene vigente con lo que ocurre en el mundo de los toros aún en nuestros días y específicamente no solamente en nuestro país sino en muchas partes del mundo.

En efecto, nadie puede negar que –tal y como sostiene Belmonte- el público que asiste a una corrida de toros puede ser masivamente de una sensibilidad conmovedora. Sin embargo, no se puede perder de vista a aquellos sujetos que simplemente merecen llamarse espectadores, pues el término “aficionado” puede resultar un calificativo muy grande para ellos, pues no son capaces de comprender que asumiendo una posición radicalmente destructiva y negativa, lo único que se consigue es permitir que los movimientos antitaurinos aprovechen la desunión y el pesimismo contagioso de algunos de estos personajes, para avanzar en su intención de erradicar la tauromaquia. Hay en nuestro país, además, otra raza de estos sujetos –sobre todo provenientes de la capital-, que trata de menospreciar cualquier actividad taurina que provenga del interior, ignorando precisamente que, mientras se mantengan esos espectáculos –formalizándose cada vez más, pero sin renunciar a la autenticidad de sus raíces- asegurarán el porvenir de la fiesta de los toros en el Perú.

Hoy que los taurinos debemos estar más unidos que nunca en aras de preservar el futuro de nuestra fiesta, me cuesta creer que existan quienes manifiesten ser aficionados a los toros y, sin embargo, asuman una posición destructiva criticando despiadadamente todo, sin mayor fundamento que el derecho de libertad de expresión que lamentablemente algunos creen que es irrestricto. Nadie discute que hay aspectos –en nuestro país y en el mundo taurino en general-, que seguramente tienen que mejorarse y por eso hay que mencionarlas para que aquellos a quienes estén en la posibilidad de corregirlos asuman dicha responsabilidad; sin embargo, lo que no puedo entender es que existan quienes crean firmemente que el camino para ese propósito es la crítica ilimitada y destructiva, el agravio o la postura de acudir a una plaza de toros con la predisposición de considerar negativo todo lo que pase en el ruedo y fuera de él y, lo que es peor, presumir soberbiamente de ello como si tal postura los convirtiera en verdaderos aficionados.

No pretendo darle lecciones a nadie, porque finalmente cada quien es libre de ser como mejor prefiera. Sin embargo, me he permitido escribir estas líneas porque ese libro sobre la vida de Juan Belmonte que mencionaba anteriormente me hizo comprender que esa impresión que iba confirmando cada vez con mayor preocupación no era parte de mi imaginación o de una simple percepción, pues el propio maestro sevillano con toda su sapiencia ya advertía acerca de ello casi un siglo atrás. Reflexionemos todos acerca de nuestra afición a los toros y no caigamos en esa actitud facilista de pensar que se es mejor aficionado si se critica más o si se resaltan más cosas negativas. Disfrutemos de nuestra fiesta con alegría, tengamos posiciones distintas, pero mantengámonos siempre unidos y miremos como principal objetivo la preservación en el tiempo de la tauromaquia y así evitaremos que los propios taurinos la condenemos a su desaparición como algunos insensatos pretenden.